En plena era tecnológica, los adultos mayores se conectan cada vez más a internet y dispositivos móviles. Esta tendencia promete ventajas cognitivas, pero también plantea un dilema emergente: ¿puede el uso digital mejorar la salud mental sin agravar la el consumo energético en los hogares? Los beneficios son claros, pero los desafíos también crecen.

Más pantallas, mejor memoria... ¿pero a qué coste?

Investigaciones recientes muestran que los mayores que navegan por internet o usan smartphones de forma regular presentan menores niveles de deterioro cognitivo. Lejos de ser un mero entretenimiento, la interacción digital estimula la memoria, el pensamiento lógico y la conexión social. Sin embargo, este "refuerzo mental" tiene una contraparte tangible: más dispositivos significa mayor demanda de energía.

El hogar de una persona mayor se transforma así en un entorno tecnológico permanente:

  • Routers activos las 24 horas
  • Teléfonos móviles en carga constante
  • Tablets conectadas a plataformas audiovisuales
  • Altavoces inteligentes en uso diario

Este nuevo estilo de vida conlleva un notable aumento del precio de la luz, especialmente en viviendas con instalaciones antiguas o sin medidas de eficiencia energética. En muchos casos, los ingresos limitados dificultan sostener esta transformación digital. Y sin embargo, el discurso oficial sigue impulsando la conectividad sin abordar los retos asociados.

Entre la salud mental y el impacto ambiental

Los medios suelen destacar los efectos positivos del uso de la tecnología en la mente, pero pocas veces se menciona el precio energético de esta dependencia digital. Servidores funcionando a toda hora, dispositivos que requieren actualizaciones y cargas frecuentes... Todo esto suma una huella energética que se ignora con frecuencia.

Además, esta "digitalización terapéutica" necesita una base tecnológica que no está al alcance de todos:

  • Conexiones estables y rápidas
  • Equipos modernos en buen estado
  • Conocimientos para usarlos con autonomía

Dotar de una tablet no basta: es necesario saber quién puede mantenerla encendida, conectada y actualizada. Para muchos hogares vulnerables, el gasto eléctrico ya es una barrera. Y priorizar lo digital podría dejar de lado hábitos más sostenibles como leer, caminar o socializar en persona. La clave está en buscar un equilibrio real entre tecnología y bienestar global.

¿Autonomía mental o nueva dependencia energética?

Si bien los beneficios mentales del uso de internet y móviles son cada vez más evidentes, también lo es la dependencia que generan respecto al suministro eléctrico y la conectividad. La libertad mental ganada puede verse comprometida ante una simple avería, una subida de tarifas o una zona sin cobertura.

Esta situación podría aumentar las brechas existentes:

  • Mayores en zonas rurales sin acceso estable a internet o electricidad
  • Personas que deben elegir entre calefacción o mantener el router encendido

Así, la tecnología se convierte en una medicina con efectos secundarios si no se aborda desde una perspectiva integral. Para evitar desigualdades, se requiere una política energética justa:

  • Incentivos para mejorar la eficiencia en viviendas
  • Planes tarifarios pensados para adultos mayores
  • Dispositivos digitales con bajo consumo
  • Formación combinada en alfabetización digital y energética

Facilitar el acceso a comercializadoras más económicas y servicios personalizados para este grupo podría marcar una diferencia real. De lo contrario, el remedio podría salir más caro que la enfermedad.

La revolución digital en la tercera edad debe medirse no solo en cantidad de clics, sino también en kilovatios consumidos. El bienestar del futuro exige soluciones tecnológicas sostenibles y accesibles.

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